Durante años, cuando se hablaba de criptomonedas, la conversación giraba casi siempre en lo mismo, subidas espectaculares, desplomes igual de bruscos, memecoins creadas como broma y proyectos que prometían cambiar el mundo y desaparecían a los pocos meses. En medio de ese ruido, cuesta distinguir qué tiene una utilidad real y qué vive solo del humo de la especulación. XRP, el criptoactivo asociado a Ripple, intenta situarse justamente en el lado contrario de esa burbuja, como una pieza de infraestructura pensada para que el dinero cruce fronteras en cuestión de segundos.
XRP es el token nativo de XRP Ledger, una red creada en 2012 con un objetivo bastante concreto, facilitar pagos internacionales rápidos, seguros y muy baratos. No se concibió como una “moneda para guardarla y esperar que suba”, sino como un activo puente entre divisas, algo así como un lubricante para que el euro, el dólar o el yen se intercambien entre sí sin fricción.
A diferencia de Bitcoin, XRP no se mina y no depende de la prueba de trabajo, ese sistema que exige miles de ordenadores consumiendo energía para validar transacciones. En su lugar, la red utiliza un mecanismo de consenso basado en validadores independientes, lo que permite que una operación tarde solo tres o cuatro segundos en confirmarse y tenga un coste inferior a un céntimo. Eso coloca a XRP en una liga muy distinta de la mayoría de cadenas tradicionales y, sobre todo, de los sistemas bancarios heredados.
Detrás del impulso inicial está Ripple Labs, una empresa que desarrolla soluciones como RippleNet para que bancos y proveedores de pago puedan aprovechar esta tecnología. Aquí conviene no mezclar conceptos, Ripple es la compañía y XRP es el activo digital que funciona en la red. Aunque la empresa ha sido clave para su expansión, el protocolo XRP Ledger es de código abierto y la criptomoneda se negocia de forma independiente en múltiples mercados.
De cripto especulativa a infraestructura del dinero digital
El punto clave para entender por qué XRP genera tanto interés es su foco funcional. Muchas criptos han nacido como apuestas puramente especulativas, sin un caso de uso claro más allá de “comprar barato y vender caro”. XRP se presenta como lo contrario, una herramienta diseñada para resolver un problema muy concreto del sistema financiero actual, los pagos transfronterizos lentos, caros y llenos de intermediarios.
Hoy en día, enviar dinero de un país a otro suele implicar pasar por el sistema SWIFT, por bancos corresponsales y por una red de cuentas en distintas divisas que las entidades mantienen abiertas solo para poder operar. Todo este engranaje cuesta tiempo y dinero, tanto para las empresas como para los particulares. La propuesta de XRP es actuar como un actor intermedio neutral, de modo que un banco pueda mandar euros, estos se conviertan de forma instantánea en XRP y, al otro lado, el receptor reciba dólares, pesos o la moneda que corresponda, sin haber tenido que abrir cuentas en medio mundo ni soportar una cascada de comisiones.
Si este modelo se adopta a gran escala, varias piezas del sistema podrían cambiar en silencio. Para empezar, las transferencias internacionales se vuelven casi instantáneas y mucho más baratas, algo que interesa especialmente a las empresas que mueven grandes volúmenes y a los trabajadores migrantes que envían remesas a sus países. Además, los bancos ya no tendrían que inmovilizar tanto dinero en cuentas en el extranjero solo “por si acaso”, liberando capital para otros usos.
A todo esto se le añade una capa geopolítica nada menor. En un mundo donde el dólar y SWIFT se han utilizado como herramientas de presión, hay gobiernos y bloques económicos que miran con simpatía cualquier tecnología que permita comerciar sin depender tanto de la infraestructura financiera estadounidense. XRP, como otras soluciones de pagos digitales, entra de lleno en ese debate sobre la fragmentación del sistema monetario internacional y la búsqueda de alternativas.
Por supuesto, no todo el mundo compra el relato optimista. Hay analistas que señalan que, a pesar de sus posibilidades técnicas, XRP no ha terminado de despegar como infraestructura masiva y que su precio sigue reaccionando más a ciclos especulativos que a su adopción real. También se discute hasta qué punto el ecosistema es verdaderamente descentralizado, dado el peso que Ripple todavía tiene sobre el desarrollo y la comunicación del proyecto.
El otro gran elemento que lo cambia todo es el entorno regulatorio. Ripple ha mantenido durante años una batalla con la SEC, el regulador bursátil estadounidense, que acusaba a la empresa de vender XRP como si fueran valores financieros sin registrarlos. En un punto clave del proceso, una jueza federal dictaminó que las ventas de XRP en los mercados abiertos a minoristas no podían considerarse valores, aunque sí dio la razón al regulador en el caso de ciertas ventas institucionales directas. Esa decisión supuso un balón de oxígeno para el proyecto y marcó un precedente importante para otras criptomonedas.
El giro definitivo llegó cuando la SEC terminó por retirar su apelación y cerró la batalla legal contra Ripple, algo que el sector interpretó como una victoria clara para XRP y, en general, para quienes defienden un marco más flexible para los activos digitales. Con la incertidumbre reducida, muchos exchanges volvieron a listar el token y la liquidez se disparó, situando de nuevo a XRP entre los criptoactivos de mayor capitalización mundial.
En paralelo, los bancos centrales avanzan en sus propias monedas digitales, las famosas CBDC. El Banco Central Europeo, el Banco Popular de China y otras autoridades ya prueban prototipos de dinero soberano totalmente digital. En ese escenario, XRP no pretende sustituir al euro o al dólar, sino servir de puente entre distintas monedas digitales nacionales, igual que hoy aspira a conectar divisas tradicionales. Si estas infraestructuras se extienden, la necesidad de contar con redes que las conecten entre sí será cada vez mayor, y ahí es donde XRP quiere tener un asiento reservado.
Todo esto ocurre, además, en un contexto internacional convulso, con sanciones financieras, tensiones entre bloques, nuevas potencias emergentes y un cuestionamiento creciente del dólar como único gran activo refugio. Que una criptomoneda diseñada para pagos funcione como pieza neutra entre sistemas que no se fían del todo unos de otros encaja bastante bien con el clima de la época.
¿Significa esto que XRP vaya a dominar el futuro del dinero? No necesariamente. Compite con otras redes, arrastra el peso de años de polémicas y aún tiene que demostrar que su uso práctico se expande más allá de acuerdos concretos con bancos y proveedores de pago. Pero el hecho de que combine tecnología madura, un caso de uso claro y un paisaje regulatorio cada vez menos hostil explica por qué muchos hablan de un punto de inflexión.
Más allá de la fiebre de las subidas y bajadas diarias, XRP representa una de las apuestas más serias por convertir las criptomonedas en infraestructura invisible del sistema financiero, esa capa que no se ve pero que hace posible que el dinero viaje de un país a otro. Si bancos, empresas y gobiernos apuestan por ella a gran escala, no estaremos ante “la cripto de moda”, sino ante un cambio silencioso en la forma en que funciona el dinero entre fronteras. Y eso, en términos económicos, sí es un auténtico punto de inflexión.