Los economistas y los expertos en finanzas suelen partir del supuesto de que el ser humano, y el inversor en particular, es averso al riesgo. Este supuesto ha demostrado ser bastante plausible en la realidad, y su implicación más obvia es que los activos financieros más arriesgados son también los más rentables. El propio sentido común nos puede ayudar a entender esta lógica: un inversor tiene la opción de depositar su ahorro en dos activos, A y B, que tienen una rentabilidad esperada similar; sin embargo, el activo B es más volátil, es decir, es más arriesgado, por lo que la rentabilidad esperada no está asegurada, o al menos no es tan segura como lo es la del activo A. En este escenario, nuestro inversor, si se comporta como gran parte de los seres humanos, preferirá invertir en el activo A. De esta forma, el ajuste de rentabilidades se produce naturalmente, ya que un activo arriesgado que promete las mismas rentabilidades que otro que no lo es no tiene ningún sentido en el mercado a medio plazo. Históricamente, los inversores han buscado incesantemente activos en los que depositar sus ahorros y que les garanticen rentabilidades seguras y libres de riesgo. Es aquí donde nos encontramos con los activos libres de riesgo.
Ideas básicas
Un activo libre de riesgo es, por definición, un activo cuya rentabilidad esperada está garantizada. La ya mencionada relación positiva entre riesgo y rentabilidad nos indica que los activos libres de riesgo deben tener rentabilidades bajas, o al menos más bajas que las del resto de activos que sí tienen asociado algo de riesgo. La lógica es similar al caso mencionado del inversor que tiene que elegir entre activos A y B: si contamos con un activo libre de riesgo y con un activo C que sí tiene riesgo, es inconcebible, al menos desde el punto de vista teórico, que el activo C tenga una rentabilidad inferior al activo libre de riesgo, pues nadie querría invertir en él.
Conviene no confundir términos: un activo libre de riesgo es un activo que ofrece las rentabilidades que promete, y que por la propia dinámica del mercado tiene la rentabilidad más baja que se puede encontrar; si encontramos un activo con una rentabilidad esperada que nos parece baja, puede no estar libre de riesgo, ya que las rentabilidades dependen en general de la propia coyuntura de los mercados financieros.
A su vez, tampoco se debe confundir un activo libre de riesgo con un activo refugio: un ejemplo de lo segundo lo tenemos en el oro, un activo cuyo valor suele mantenerse en el tiempo, al menos a muy largo plazo, y que sirve a los inversores como forma relativamente segura de canalización de ahorro en épocas contractivas de la economía o de los mercados. La diferencia es sutil, pues ambos tipos de activo tienen la utilidad de servir como forma de inversión segura y conservadora. Sin embargo, la propia definición de activo libre de riesgo presupone que la rentabilidad esperada está garantizada y que esta debe ser más baja que la del resto de activos del mercado, mientras que los activos refugio no tienen por qué estar libres de riesgo ni tener rentabilidades más bajas que las del resto, sino que, como su nombre indica, sólo deben servir como método para no perder los ahorros en épocas de vacas flacas, por lo que se presupone que son activos contracíclicos o con un valor muy estable en el tiempo.
¿Qué activos libres de riesgo existen?
El ejemplo paradigmático de activo libre de riesgo es el bono del Estado, que se enmarca en los llamados activos de renta fija. Estos activos financieros son una de las vías de financiación de los Estados modernos y su funcionamiento es relativamente sencillo: un Estado, pongamos España, emite bonos con una duración y una rentabilidad determinadas a través de una subasta. Un inversor adquiere cierta cantidad y, en función de la duración del plazo de vencimiento, recibirá una serie de pagos periódicos, llamados cupones, correspondientes a cierto porcentaje del valor del bono, hasta que en el vencimiento recibe el valor nominal del bono más el último cupón.
En función del plazo de vencimiento establecido, podemos distinguir entre letras del tesoro, con un vencimiento máximo de 18 meses, bonos del Estado, cuyo plazo oscila entre los 3 y 5 años, y obligaciones, que se emiten a 10, 15 y 30 años. Los pagos periódicos mencionados, los llamados cupones, vienen determinados de inicio en el contrato de emisión, y se considera que este tipo de activos están libres de riesgo porque la única opción de que no se cumpla dicho contrato es que el Estado en cuestión quiebre, algo tradicionalmente considerado como inconcebible. A su vez, esta rentabilidad tiende a ser la más baja que se puede encontrar en el mercado, por lo ya mencionado.
De la teoría a la práctica
Una vez alejados del papel, ¿es posible encontrar activos completamente libres de riesgo? La experiencia histórica nos dice que los Estados quiebran, y que no es algo poco frecuente. Sin embargo, sí se sigue tendiendo a considerar que los bonos de los Estados más solventes y desarrollados están libres de riesgo. Un ejemplo paradigmático lo encontramos en los bonos alemanes, a partir de los cuales se calcula la archiconocida prima de riesgo, que no es más que la diferencia entre la rentabilidad del bono más seguro, el alemán, y la del bono de otro país, como el español. Que existan diferencias en estas rentabilidades nos debería indicar que los mercados no consideran que todos los bonos del Estado estén libres de riesgo.
Y más allá de los bonos, ¿qué otros activos libres de riesgo hay? Difícil encontrarlos: en España y en otros países, durante una época, se consideró que la inversión inmobiliaria estaba libre de riesgo, y que el valor de la vivienda nunca caería. Pero la realidad nos demostró, de la forma más cruel posible, que esa idea estaba profundamente equivocada.