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Hipotecas e inflación, qué debemos saber

monedas

La inflación empieza a preocupar a los expertos. El último dato del que disponemos para España, el de septiembre, nos arroja una inflación interanual del 4%, una cifra similar a la de otros países desarrollados, como Estados Unidos o el resto de las potencias de la zona euro. Una inflación de esta magnitud, si bien aún no tiene por qué ser preocupante, ha superado ampliamente las cifras a las que nos habíamos habituado durante todo el siglo XXI, y especialmente durante la última década. Si bien muchos analistas ya esperaban que la recuperación tras la crisis del COVID-19 fuera a llevar aparejada una elevación en el nivel de precios, debido a los estímulos monetarios y el drástico aumento de la demanda agregada, en todo momento se dio por hecho que este fenómeno sería un shock temporal y que, en cuanto todo volviese a la normalidad y los gobiernos fuesen suavizando el énfasis en políticas económicas expansivas, volveríamos a la época de precios casi congelados previa a la pandemia.

Esta posibilidad sigue sobre la mesa, pero el hecho de que la inflación esté siendo impulsada por el shock de precios de la energía (la inflación subyacente, que excluye todos los bienes y servicios volátiles, como alimentos y energía, sólo ha crecido al 1% interanual en septiembre), y que este shock tenga poco que ver con las políticas económicas expansivas, ha disparado las alarmas sobre la persistencia de este incremento de precios. En este escenario, el mercado inmobiliario no permanece ajeno al debate, ya que la relación entre inflación y tipos de interés es extremadamente estrecha, y a su vez lo es la relación entre tipos de interés y el mercado hipotecario. Por tanto, como potenciales compradores, ¿qué deberíamos saber sobre el más que posible retorno de la temida inflación?

Inflación e interés, conceptos confusos

Con el título de este apartado no queremos decir que los economistas y el público general no tengan claro a qué nos referimos cuando hablamos de inflación o de tipos de interés, sino más bien a la dificultad a la hora de predecir su evolución e identificar las causas que provocan sus variaciones. La inflación no es más que el incremento prolongado en un período de tiempo concreto de los precios de una cesta de bienes y servicios representativa para los agentes de la economía. Habitualmente medida con el Índice de Precios de Consumo (IPC), la inflación puede tener múltiples causas, como los estímulos monetarios de los bancos centrales, incrementos en la demanda agregada de los agentes, debilidad de las instituciones, etc. La inflación no es más que la pérdida de valor del dinero, por lo que un incremento de las expectativas de inflación podría darnos pistas sobre la idoneidad de destinar nuestros ahorros a inversiones inmobiliarias que eviten que el valor de dichos ahorros se esfume por los incrementos de precios.

La inflación, si bien no tiene unos efectos tan negativos para la economía como la deflación, tiene dos problemas fundamentales. El primero tiene que ver con las rigideces salariales: si los incrementos de los precios no vienen ligados a incrementos salariales, los trabajadores pierden poder adquisitivo, y existen razones para creer en la existencia de dichas rigideces salariales. El segundo problema tiene que ver con la dificultad para mantener controlada la inflación una vez que empieza a dispararse; esa es la razón por la cual, durante los últimos años, los bancos centrales más importantes, como el BCE o la Reserva Federal, han mantenido un objetivo de inflación bajo y asimétrico: el objetivo era del 2%, pero las tasas nunca han llegado a superar dicho objetivo, si bien han estado durante largos períodos muy por debajo. Hace algunos meses, con la intención de reactivar la economía, la Reserva Federal anunció su intención de fijar un objetivo simétrico, es decir, de dejar de preocuparse tanto si la inflación superaba un poco el objetivo, lo que ha podido contribuir a elevar las expectativas de inflación.

La herramienta que manejan los bancos centrales para cumplir sus objetivos de inflación y de actividad económica son los tipos de interés, que no son más que los precios del endeudamiento. Los bancos centrales van adaptando los tipos de interés de la economía en función de sus objetivos de inflación y de la brecha de producción, es decir, del espacio que nos separe de la producción potencial en cada momento del ciclo económico. Si la inflación se dispara, a los bancos centrales posiblemente no les acabe quedando más remedio que subir los tipos de interés, lo cual tiene efectos contractivos en la economía al desincentivar el endeudamiento y, con ello, la inversión.

Tipo fijo, tipo variable

La inflación puede dispararse por las propias expectativas de los agentes que, a modo de una profecía autocumplida, esperan que la inflación se incremente y acaban provocando ese incremento de los precios. En el contexto actual, en el que hace años que la inflación está desaparecida en combate y por ello puede existir más preocupación o expectativas por su retorno, es de esperar que dichas expectativas acaben siendo más determinantes que en otras épocas pasadas, a pesar del carácter aparentemente temporal del shock. En este sentido, dado que los tipos de interés llevan situados en la frontera del 0% desde hace un tiempo, haciendo inútil la política monetaria expansiva, podría ser una buena ocasión para que los bancos centrales enfríen la economía y los precios subiendo los tipos y, con ello, encareciendo la financiación.

La conclusión de todo esto es clara: podría ser el momento de plantearnos la idoneidad de las hipotecas a tipo fijo; es posible que las cuotas sean más elevadas al principio, pero a la larga, ante la más que probable elevación de los tipos de interés, acabará saliéndonos rentable. Como todo, cada situación particular dependerá de las condiciones que podamos obtener, pero hace años que las expectativas de inflación no eran tan sugerentes, y deberemos estar atentos si no queremos perder la oportunidad de ahorrarnos tipos mucho más elevados.  

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