Durante mucho tiempo, la imagen típica del pequeño inversor era la de alguien sentado frente a una pantalla llena de gráficos, tratando de adivinar qué acción iba a despegar y cuál se iba a hundir. Sin embargo, en los últimos años el protagonismo se ha desplazado hacia un tipo de producto mucho más sencillo en apariencia, los fondos indexados. Para muchos ahorradores novatos y perfiles conservadores se han convertido en la puerta de entrada al mundo de la inversión, casi en sinónimo de “inversión tranquila”.
El contexto ayuda a entender el fenómeno. Cada vez hay más información disponible, más plataformas para invertir y más ruido en torno a “chollos” financieros, pero los datos insisten en un mensaje incómodo, batir al mercado de forma consistente es muy difícil. Los estudios que comparan la gestión activa tradicional con la evolución de los grandes índices muestran que, a largo plazo, la inmensa mayoría de los fondos gestionados por expertos no consiguen superar de forma sostenida a esos índices de referencia. En algunos casos, los porcentajes de fondos que se quedan por detrás del mercado superan holgadamente el noventa por ciento.
A partir de esa constatación se ha consolidado una idea sencilla, si tantos gestores con recursos, equipos de análisis y acceso a información no logran mejorar de forma estable al mercado, quizá la manera más directa de “estar en el mercado” sea precisamente replicarlo. De ahí el auge de la indexación, una filosofía que renuncia a seleccionar activamente valores ganadores y se limita a reproducir lo más fielmente posible la composición de un índice, ya sea uno amplio de renta variable mundial o uno más concreto de bolsa estadounidense, europea o de bonos.
Fondos indexados, cómo funcionan y por qué atraen a los perfiles prudentes
Un fondo indexado no intenta adelantar al resto de corredores, simplemente corre al ritmo del pelotón. Su mandato es seguir a un índice concreto, por ejemplo uno que agrupe a las quinientas mayores empresas de Estados Unidos o a una cesta global de acciones de distintos países desarrollados. Si el índice sube, el valor del fondo sube de forma muy parecida, si el índice baja, el fondo baja con él. No hay un gestor eligiendo continuamente qué comprar y qué vender en función de sus predicciones, lo que reduce la rotación de la cartera y, sobre todo, los costes de gestión.
Las comisiones son precisamente uno de los puntos centrales del debate. En la inversión, unas décimas de coste anual marcan una diferencia considerable cuando se acumulan durante décadas. La gestión activa suele implicar comisiones más elevadas, tanto por la propia gestión como por los costes derivados de operar con más frecuencia. Los fondos indexados, al limitarse a replicar un índice, pueden funcionar con estructuras de comisión mucho más ajustadas. Y, cuando la rentabilidad del mercado es la que es, todo lo que sale en comisiones deja de llegar al partícipe.
Esa combinación de sencillez y costes bajos ha hecho que muchos ahorradores con poca experiencia los vean como un producto relativamente fácil de entender. No es necesario analizar empresa por empresa ni estar pendiente de informes de resultados, basta con comprender a qué índice se está expuesto y con qué nivel de volatilidad se convive. Frente a la sensación de “apostar” por un gestor o por un sector concreto, los fondos indexados se perciben como una forma de participar en la evolución general de la economía, con sus subidas y sus caídas.
El artículo que analiza este fenómeno pone el foco precisamente en los perfiles novatos y en los más conservadores dentro del mundo inversor. Para quienes empiezan, la simplicidad operativa de estos productos reduce la barrera de entrada, no hace falta diseñar estrategias complejas ni seguir a diario la actualidad de los mercados. Para quienes ya tienen cierta experiencia pero se sienten incómodos intentando adivinar qué fondo activo será el ganador de la próxima década, la indexación se presenta como un camino para estar invertidos sin asumir ese riesgo de “elegir mal” el gestor.
El papel de las plataformas automatizadas también ha sido clave. En España han ganado visibilidad propuestas que ofrecen carteras compuestas por fondos indexados o ETF diversificados según distintos perfiles de riesgo. El usuario responde a unas pocas preguntas sobre su horizonte temporal y su tolerancia a las caídas y el sistema construye una combinación de renta variable y renta fija alineada con ese perfil. Esto ha contribuido a que la indexación deje de ser un producto de nicho para conocedores de los mercados y se acerque a ahorradores que antes solo tenían cuenta corriente y depósitos.
En la parte alta del riesgo, las carteras más agresivas tienden a apoyarse casi por completo en renta variable, con la expectativa de obtener, a muy largo plazo, una rentabilidad media que supere en algunos puntos a la inflación. Nadie debería esperar milagros del veinte por ciento anual de forma sostenida cuando se habla de índices amplios y diversificados, pero sí se recuerda que, históricamente, los mercados de renta variable han sido capaces de generar plusvalías reales para quienes han permanecido invertidos muchos años, resistiendo los ciclos.
En el otro extremo están quienes sueñan con rentabilidades extraordinarias y buscan encontrar “la próxima empresa estrella” que multiplique varias veces su valor. Ese perfil no se siente atraído por la indexación, precisamente porque esta diluye el impacto de cada compañía concreta dentro de una cesta muy amplia. Por cada historia de éxito espectacular suele haber otra mucho menos brillante, y concentrar las apuestas en pocos valores multiplica la volatilidad y el riesgo de errores.
También hay un matiz sociológico interesante. En un entorno donde la oferta de productos financieros se ha sofisticado de forma notable y donde aparecen constantemente nuevas siglas y estructuras complejas, el éxito de los fondos indexados muestra que una parte del público prefiere fórmulas comprensibles, incluso si renuncia a la posibilidad de batir al mercado. Para muchos pequeños ahorradores, la idea de estar alineados con “lo que haga el mercado” con costes moderados resulta más asumible que tratar de ir un paso por delante.
Todo esto no elimina el hecho de que los fondos indexados comparten los riesgos propios del activo al que replican. Una cartera indexada a renta variable global puede sufrir caídas pronunciadas en momentos de crisis, igual que lo hace el índice que sigue. No se trata de una “inversión sin riesgo”, sino de un modo particular de asumir el riesgo de mercado, renunciando a la promesa de batirlo a cambio de reducir la incertidumbre asociada a la elección de gestores y productos concretos.